Desfiladero
Influenza: los nombres de los muertos (segunda parte)
Jaime Avilés.
9-mayo-2009
La Jornada
En los más altos círculos de la UNAM hay un malestar creciente en contra del secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos, a cuyo equipo responsabilizan de que México haya sido el único país en donde se multiplicaron los decesos por el nuevo virus de influenza. ¿De qué lo acusan? De irresponsable y de ineficiente. Y esa mala fama, que se ha traducido en desconfianza, llegó vertiginosamente a Argentina, Cuba y Ecuador, que suspendieron todos los vuelos desde y hacia México, provocó el confinamiento de turistas mexicanos en China, y el repudio a las Chivas en Chile, pero asimismo hizo que Diego Palacio, ministro de Protección Social de Colombia, declarara que allá les correspondía actuar como si ya hubiera una pandemia, no vaya a ser que nos pase lo que a México, que no tuvo las medidas en el momento adecuado” (Iván Restrepo, La Jornada, 4/05/09).
Una prueba palpable del descontento que comparten los más distinguidos científicos de nuestra máxima casa de estudios, la hizo pública el ex rector Juan Ramón de la Fuente durante una reciente entrevista con Carmen Aristegui. El que fuera también secretario de Salud en el sexenio de Ernesto Zedillo puso en evidencia que desde el ascenso de Vicente Fox al poder, los panistas han recortado drásticamente los fondos federales destinados no sólo a la investigación sino a los mecanismos de contención oportuna de brotes epidemiológicos.
La opinión de De la Fuente ha sido corroborada, en distintos medios, por especialistas del Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica, de las nueve unidades de Investigación Biomédica de la Secretaría de Salud, del Hospital de Infectología del Centro Médico Nacional La Raza y de la Unidad de Investigación Médica en Enfermedades Infecciosas y Parasitarias del Centro Médico Siglo XXI. En todos estos lugares hay laboratorios y personal calificado para detectar y combatir una pandemia, pero carecen de recursos económicos e insumos para efectuar su trabajo.
Peor: de acuerdo con un informe oficial de la Secretaría de Hacienda, “el gobierno federal dejó de gastar, en el primer trimestre de este año, recursos aprobados para ser ejercidos en el sector salud por 575 millones de pesos, que afectaron a centros de vigilancia epidemiológica, de prevención de riesgos sanitarios (y) a hospitales que ofrecen atención principalmente a familias de escasos recursos” (La Jornada, nota de Israel Rodríguez, 3/5/09).
Agustín Carstens, titular de Hacienda, y el propio Calderón afirmaron a principios de enero que “el ejercicio puntual del gasto público sería una de las herramientas de las que echaría mano el gobierno para contrarrestar los efectos de la crisis económica”. Pero mientras Córdova retenía, durante enero, febrero y marzo, 575 millones de pesos que urgían en las unidades de investigación biomédica y en los centros hospitalarios para pobres, el virus A/H1N1 comenzó a causar estragos que terminaron afectando, física o sicológicamente a todo el planeta.
Entre los académicos más cercanos al rector de la UNAM, José Narro Robles, cuya especialidad precisamente es la epidemiología, se estima que Córdova incumplió las normas de la Organización Mundial de la Salud, porque no le reportó a ésta, entre marzo y abril, los primeros casos de gripe “atípica”. Eso impidió que se detectara a tiempo la mutación del virus A/H1N1 y originó la absurda alteración de cifras que el secretario de Salud declamó en sus conferencias de prensa, durante los días más histéricos de la crisis.
Por si todo lo anterior no fuese de suyo muy grave, médicos consultados por esta columna aseguran que en la etapa más temprana de la contingencia sanitaria, la Secretaría de Salud carecía del antiviral Tamiflu en cantidades suficientes para atender a los primeros infectados. Por eso México fue el único país donde la gente empezó a morirse de A/H1N1, cosa que no ocurrió en ningún otro lugar de la Tierra.
Cuatro casos reportados
En su entrega de la semana pasada, esta columna exigió que el “gobierno” (o lo que sea) de Calderón diera a conocer los nombres y el perfil socioeconómico de las víctimas fatales del brote. Dos médicos escribieron al buzón de Desfiladero –y algunos lectores al portal electrónico de La Jornada– para condenar tal petición. Una doctora explica que para quienes pronunciaron el juramento de Hipócrates “ocultar la identidad de los pacientes es tan sagrado como para ustedes, los periodistas, negarse a revelar sus fuentes”. De lo que se trata, coincidieron muchas opiniones, es de no estigmatizar a las familias de los difuntos. Nunca –me parece innecesario aclararlo– este espacio alentó la intención de culpar o perseguir a alguien por haber enfermado de gripe.
Al margen de esta falsa polémica, varios lectores reportaron los nombres de cuatro personas fallecidas por A/H1N1. Para no herir susceptibilidades, me limitaré a precisar que eran tres hombres –un empresario próspero y exitoso, de 55 años, que daba clases de geofísica en la UNAM; un campesino de Zacatecas, de 42 años, que vivía con 12 familiares en una casita, así como un profesor de música, de 35 años, que enseñaba en un kínder de San Luis Potosí–, y una inspectora de Hacienda, de la ciudad de Oaxaca, de 39 años, madre de tres hijos.
Claro que ésta no es una muestra representativa de nada, pero es la información que aportaron los lectores de La Jornada, y que aún puede ampliarse con el apoyo de quienes tengan y deseen compartir más datos, a fin de contrastarlos con la estadística oficial, que ahora fluye desde el domingo pasado. Según Salud, de 19 víctimas fatales de A/H1N1, confirmadas hasta el 2 de mayo, 70 por ciento tenían entre 20 y 55 años de edad, 74 por ciento eran mujeres, 55 por ciento realizaban actividades laborales, 21 por ciento eran estudiantes, 21 por ciento amas de casa y 4 por ciento, desempleados.
Estas cifras carecen de coherencia, suenan a puro maquillaje, a vil propaganda panista. La exigencia de datos concretos y verificables sigue en pie, porque el “gobierno” (o lo que sea) ha manejado el tema de la salud pública en lo general, y de este brote de gripe en lo particular, con probada negligencia, torpeza y demagogia, ocasionándole, hay que repetirlo, daños físicos y sicológicos al conjunto de la humanidad. De allí la desesperada arenga televisiva del pasado lunes, cuando Calderón sostuvo que está “defendiendo no sólo a los mexicanos sino a todos los seres humanos que en el mundo puedan contagiarse de esta enfermedad” (más allá del mundo ya no responde).
De allí, también, el sintomático insulto a Haití, un país con mejor crecimiento económico que México, pero donde, según Calderón, “se mueren de hambre, no del virus”. Otro dato ilustrativo que deben conocer los amigos de México en el exterior: mientras la Secretaría de Salud dejó de ejercer 575 millones de pesos en investigación de epidemias y atención a los pobres, las secretarías de Marina y Defensa gastaron hasta el último centavo y de Los Pinos salió, y llegó al Congreso, una iniciativa de ley que pretende extender al máximo la militarización del país, violando las garantías individuales consagradas por la Constitución.
Como corolario, en Ocotepec, Morelos, el pasado martes aparecieron los cadáveres de cuatro jóvenes que habían sido secuestrados por la policía de aquella entidad el 18 de abril. Pronto habrá, por todas partes, estatuas ecuestres del “defensor de la humanidad”, y “médicos” tocando a la puerta de los hogares a las cuatro de la mañana en busca de enfermos de gripe...
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