Desde el inicio de la actual administración, la reportera lleva un marcaje personal a Genaro García Luna y a Felipe Calderón; apoyada en documentos extraídos del gobierno, ese seguimiento se convirtió en una investigación periodística que devino en el libro Los cómplices del presidente.
“Después de comprender a fondo quiénes son Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública, y Felipe Calderón, y quién fue Juan Camilo Mouriño, ex secretario de Gobernación, es evidente que este último no terminaría bien, como tampoco será mejor el final de la historia de García Luna. Hay suciedad y corrupción en su entorno. En el caso de Calderón, los compromisos de él con ambos personajes le están costando el éxito de su sexenio.”
La periodista Anabel Hernández habla con contundencia. Desde el inicio de la actual administración, ella lleva un marcaje personal a esos tres funcionarios. Apoyada en documentos extraídos del gobierno, ese seguimiento se convirtió en una investigación periodística que devino en el libro Los cómplices del presidente.
El volumen ya lo tenía la editorial Grijalbo cuando Juan Camilo murió en un avionazo; salió a la venta semanas después de ese hecho trágico. “Me sorprendió la noticia; de inmediato pensé en el libro. Ya estaba imprimiéndose, no había nada qué hacer al respecto, sólo una fajilla que explicara que no soy una oportunista. Aunque Mouriño murió, sostengo lo que digo en mi libro: él tenía cuentas pendientes por rendir.”
–¿Las complicidades que documentas podrían costarle la vida a Calderón?
–Sí hay amenazas de muerte en torno suyo, como las mantas que dicen “ya no protejas a García Luna porque éste protege a narcotraficantes”. Si esos mensajes son realizados por delincuentes, resultan aún más peligrosos.
“Con esa gente no te metas”
Anabel Hernández García fue fundadora de Reforma. Se ha caracterizado por la congruencia en el periodismo de investigación. De ello dio cuenta en Milenio y El Universal y, actualmente, en Reporte Índigo, en Internet. Sus investigaciones se han convertido en libros que le han traído prestigio… y amenazas.
“Fue en 2007 cuando empecé a reportear la historia de aquellos tres personajes. Conforme fui adentrándome descubrí un entorno oscuro, con intereses muy peligrosos, mismos que están en juego para Genero García Luna y su gente. Tomé la decisión –una de las más difíciles de mi vida– de seguir esa línea de investigación, pese a los consejos y el sano juicio de quienes me dicen que con esa gente no me meta. ¿Quién los hace intocables?”
Anabel ha recibido intimidaciones de algunos individuos citados en el volumen; el propio García Luna salió a los medios para hablar del daño que le causa a él y a su familia las revelaciones.
Pero Anabel vive sin miedo. “Tengo información que documenta que mi investigación y mi hipótesis son acertadas, que esa gente está presuntamente involucrada con el crimen organizado, desde secuestro hasta narcotráfico.”
Dice que lo ventilado en Reporte Índigo y en el libro le ha traído “preocupación a mi familia y mucha presión en el trabajo al exigirme a mí misma no dar pasos en falso. Hubo tensión cuando en marzo de 2009 publiqué en Reporte Índigo fotos y datos de la casa de García Luna en Jardines de la Montaña. Él no tiene ni tendrá cómo justificar el origen de su fortuna; incluso, intentó detener a periodistas que seguían mi nota”.
El periodismo de Anabel, sustentado en datos duros, no se enfocará ahora en trabajar las hipótesis de la muerte de Mouriño. Afirma que no le interesa “ir al pasado”, sino investigar el círculo más cercano de Calderón. “Quiero ver cómo termina la relación del presidente con García Luna. Calderón lo ha sostenido, pese a que Estados Unidos le ha dicho que lo remueva, a que el Ejército no lo quiere, a las pruebas de corrupción en su contra y a que su equipo fue agarrado con las manos en la masa protegiendo al grupo de narcotraficantes de los Zambada.”
Reforma dejó ir a sus talentos
El interés de Anabel Hernández por el periodismo de investigación nació en 1993, cuando llegó a Reforma. Ahí mostró sus dotes para ir tras los datos. Aún recuerda su primera nota “de ocho”. “En 1994 cubría una marcha y un señor me entregó papeles que probaban que en el padrón electoral del Distrito Federal –para las elecciones federales de ese año– existían empadronados en camellones: cien en la Glorieta de Petróleos, doscientos en el Museo del Niño… Fui al Registro Federal de Electores, comprobé el dato y lo publiqué.”
Anabel siempre se interesó por denunciar y combatir la corrupción, vía el periodismo. “En 1995 fui a Tepito a reportear el narcomenudeo; publiqué la lista de vecindades y calles en las cuales se distribuía droga; de manera encubierta entré al barrio y lo comprobé. Hay en mí esa necesidad de denunciar lo que está mal.”
–¿Qué medios eran tus referentes?
–De periodismo combativo, sólo Proceso. Estuve en Reforma tres años y lo que sé de metodología lo aprendí allí. Había mucha competitividad en la redacción, todos éramos desconocidos, queríamos destacar y sólo había una manera: hacer las cosas no bien, sino excelente. Los jefes pedían exclusivas.
–¿Se perdió todo eso?
–Creo que sí; ahora uno abre Reforma y lee notas ordinarias. Antes, de un mismo hecho, había diferentes ángulos; de esa fama que hizo aún vive hoy. El diario fue decayendo. El defecto de Reforma es que no supo retener a muchos de los talentos que formó. Quedan dos o tres, los demás se fueron. Yo salí porque iba a ser mamá y necesitaba todo mi tiempo; dejé el periodismo tres años; en 1999 entré a Milenio.
El Toallagate
Y retornó con fuerza. En 2001, una nota sobre la compra del menaje de la casa presidencial tronó como un misil en Los Pinos. Era el Toallagate. Con ese escándalo se escribía la primera página del grueso y oscuro expediente que testimoniaría los abusos de poder de Marta Sahagún y Vicente Fox.
La noticia “Presidencia compra toallas de 4025 pesos”, publicada en Milenio, le cambió la vida profesional… para bien y para mal. Una cara de la moneda fue el Premio Nacional de Periodismo; su envés: el congelamiento, el cambio de fuente y, el colofón, su salida del diario.
–¿Los datos del Toallagate los hallaste por casualidad?
–Sí. Sobre esa nota se hicieron versiones, que si alguien me filtró los datos, que si mis jefes hicieron el reportaje y yo presté mi nombre, que si había línea para pegarle a Fox. El Toallagate fue una de esas fortunas que a los periodistas nos ocurren una vez y nos cambian la vida.
¡Y vaya si la transformó! A principios de 2001 publicó un reportaje sobre la remodelación de la residencia Miguel Alemán, en Los Pinos. Ponía el ojo sobre el destino incierto del mobiliario que existía en tal lugar. “Acudí a Los Pinos para entrevistar a Rodolfo Elizondo, entonces coordinador de Comunicación Social de la Presidencia, lo cual no ocurrió. De su oficina al estacionamiento vi que la residencia Alemán estaba desmantelada, sin vidrios, sin herrería, sin pisos, en obra negra. Pensé: aquí vivieron los ex presidentes de México, ¿dónde están las pinturas, muebles, vajillas? Investigué, conseguí el libro Los Pinos, del sexenio de Ernesto Zedillo, donde se muestran muebles, obras de arte y antigüedades con valor histórico y económico importante.”
Cuando Anabel preguntó el porqué de la remodelación, le dijeron que el presidente se cambiaría a unas cabañas “para ahorrarle dinero al erario” y que la residencia Miguel Alemán se convertiría en oficina. “Me informaron que los muebles estaban en una bodega y que, al término de la remodelación, se reutilizarían. Pasaron los meses y un día Marta Sahagún anunció que el presidente se mudaba a las cabañitas. Yo me volví a preguntar qué pasó con el moblaje de la residencia Alemán.”
El reportaje le mereció a Anabel la indiferencia de Los Pinos. “Me tenían en la inanición informativa; pedía entrevistas y no me las daban. Milenio llegó a ser incómodo para la presidencia; cubrí la campaña electoral, la transición y el triunfo de Fox. Hacía notas que les resultaban incómodas y me aislaron; estaba desesperada.”
Resultado de esa situación fue un reportaje acerca de Compranet, cuando se emitió el decreto presidencial que obligó a las dependencias de la Administración Pública Federal a subir sus gastos en sus páginas de Internet. Una tarde que Anabel llegó a la redacción sin nota, se acordó de Compranet y consultó la página. “No estaba buscando nada, sólo me dije: veamos si Los Pinos sube sus gastos a Compranet. ¡Oh, sorpresa!, ahí estaba el menaje para adornar las cabañas. Parecía una mesa de bodas, todo costosísimo.”
–¿Cómo te cambió la vida el Toallagate?
–Recibí el Premio Nacional de Periodismo, tuve mayor reconocimiento en el diario y me aumentaron el sueldo; para Milenio esa nota fue un punto de quiebre. En el diario aún estaban Carlos Marín, Raymundo Rivapalacio y Federico Arreola. Fue gracias a Arreola que se publicó, pues Marín dijo que no era nota. Insistí en que esos datos eran importantes porque Fox se llamaba a sí mismo el presidente de la austeridad.
–¿Dónde quedó ese Milenio?
–Con el Toallagate tuvo mayor proyección pero pagó un costo muy alto: el acoso de Los Pinos y la presión para que me quitaran de la fuente presidencial. El diario aguantó lo más que pudo, hasta que me mandó al limbo a hacer reportajes especiales cuando en Milenio no había una unidad dedicada a ello. Mis trabajos se publicaban tardíamente y comenzó una situación de mucho desgaste.
–¿Milenio le hizo caso a Los Pinos?
–Al final, sí. Luego de que cubrí una rueda de prensa en el Palacio Nacional, haciéndole insistentes preguntas al presidente Fox –mismas que no contestó–, Arreola y Marín me informaron que a sus buzones electrónicos habían llegado amenazas anónimas en contra mía. Nunca me interesó verlas porque asumí que eran falsas. Cuando me dijeron que debía tomar un descanso, respondí que deseaba trabajar. Me ofrecían vacaciones adonde quisiera y, al final, me comentaron que pensara en mi hija, lo que me indignó. Me enviaron dos semanas a la banca y luego me cambiaron de fuente.
–¿La salida de Rivapalacio fue por el Toallagate?
–Creo que ese tema provocó tensiones entre Marín, Arreola y Rivapalacio. Me dijeron que Carlos y Raymundo se adjudicaban el hallazgo de los datos, cuando ninguno tuvo nada que ver. El descubrimiento fue mío. En todo caso, fue Arreola quien tuvo la visión de publicar la nota a ocho columnas.
Es consciente de que Milenio se resquebrajó: “Entre Marín, Arreola y Rivapalacio la relación acabó muy lastimada. No se supo asumir de la mejor manera el impulso que aquel reportaje le dio al diario; si Milenio hubiese seguido ese periodismo, habría crecido más. No es un mal diario, hay excelentes periodistas en él. Le ha faltado mejor conducción.” Después vino la invitación de Ramón Alberto Garza para colaborar en El Universal.
Glamour en Los Pinos
En “el gran diario de México” fue otra etapa de aprendizaje y reto personal. Ramón Alberto quería resultados. Ella volvió a la carga con Los Pinos. “Me decían que traía en jaque a los Fox, pero yo insistía en que estábamos ante el hombre que dijo que sería el presidente de la austeridad y compró toallas de 4 mil pesos, sábanas de 30 mil y recámaras de 300 mil; había una inconsistencia de fondo y me prometí seguirla hasta el final de su mandato para ver cómo terminaba. Entonces me percaté de que Marta Sahagún aparecía a diario con un vestido nuevo; comenzó mi curiosidad.”
Esa curiosidad femenina y periodística de Anabel la llevó a los datos. Desempolvó la declaración patrimonial que Fox entregó durante la campaña. Dijo tener 10 mil pesos en el banco y Sahagún fue esposa de un modesto veterinario. ¿De dónde sacaba Fox para el caro vestuario de su mujer? Así surgió un reportaje que requirió de paciencia.
“Investigué durante tres meses; iba a boutiques para conocer precios de marcas como Ferragamo, Chanel, Escada y Valentino. La sección de modas del diario me orientó para distinguirlas; aprendí que en los botones están los escudos de cada una. De las fotos de Sahagún hice un súper zoom para ver la marca de cada vestido, y así con los zapatos, las bolsas y las joyas; pasé horas estudiándolos. Además, en Compranet no aparecían esos gastos.”
Era 2003, el mismo año en que Fox lanzó la Ley de Transparencia. Anabel fue de las primeras en usar la herramienta y solicitar facturas de aquel vestuario. “Me di cuenta que buena parte de esa ley es un fraude, porque las facturas me las entregaron año y medio después.”
La preparación del reportaje causó gran tensión en El Universal. “Para que se publicara di golpes en el escritorio, hubo jaloneos con mis jefes y amenacé con renunciar. Ellos me comentaban que el tema era difícil, que lo modificara en algo; llegó un momento en que dije que no le quitaría ni una coma, que me dijeran si lo publicarían; si no era así, me iba.”
–¿Lo modificaste?
–Lo edité, pero nunca de información sustantiva. Al final, me pidieron que lo redactara como nota glamorosa; ese enfoque me sirvió para ironizar y decir que Sahagún se vestía como la reina Rania de Jordania e imitaba a la realeza; pero no quité el precio de los vestidos.
–¿Quién te defendió?
–Ramón Alberto Garza ya no estaba, sino Ignacio Rodríguez Reyna. El reportaje se publicó con un pequeño llamado en la portada. Se tituló “Glamour en Los Pinos”, y lo mandaron a la última página de la última sección del diario, la de Estilos.
Aún así, el reportaje fue un escándalo. No hubo medio que no lo retomara. “Ahí venían las sumas y las restas de los costos del guardarropa y las cuentas no daban. ¿De dónde salía el dinero? Publiqué la partida autorizada por el Congreso para el vestuario del presidente, pero ni gastándose todo eso alcanzaba para los vestidos y accesorios de Sahagún.”
La señora Marta, furiosa, telefoneó al diario. Cuando Anabel llegó, sus jefes le informaron que la primera dama quería verla. “Yo dije que no, que si ella tenía algo que desmentir, que enviara un comunicado.” La condición de la reportera para ir a Los Pinos fue: “Voy si me da una entrevista, de otra manera, no pueden obligarme.” Al final, Sahagún accedió.
“Estaba tan, tan enojada que la entrevista fue el acabose, porque dijo que no sólo compraba trajes de 40 mil sino también de 5 mil, para ahorrarle al erario.” Y aclaró: “Si los trajes son de la nación, los dejaré en la casa presidencial cuando me vaya”, cosa que no cumplió.
Revive Anabel: “Ya muy furiosa, me corrió de la cabañita: interrumpió la entrevista, se levantó y abrió la puerta, diciéndome ‘tú tienes derecho a preguntar y yo a no responderte’; se había dado cuenta de que derrapó en todo. Luego envió a un personero con los directivos del diario exigiendo que me corrieran porque, según ella, le falté al respeto.” Luego de escuchar la grabación, los jefes de la reportera salieron riéndose de lo dicho por la señora. “El diario me defendió, le informó a Los Pinos que no había ofensa en mi entrevista y que yo no me iba.”
Tiempo después, Anabel dejó El Universal cuando desapareció La Revista, publicación en la que ya ella colaboraba. De nuevo, Ramón Alberto Garza la invitó, ahora para integrarse a Reporte Índigo. Desde este sitio, sigue mostrando su consistencia y temple.
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